Bueno, siguiendo las recomendaciones de mi médico, me apunte
a un gimnasio cerca de casa para fortalecer la musculatura de mi espalda.
Curiosa experiencia la que me encontré tras
la puerta de entrada. La última vez que fui a un gimnasio fue hace 24 años
cuando preparaba la oposición de entrada al ayuntamiento y todo lo he
encontrado cambiado, muy cambiado diría yo.
El primer día me presentaron al monitor que posteriormente a las consiguientes
presentaciones e intercambio de opiniones sobre lo que yo quería conseguir en
el gimnasio paso a enseñarme el uso de las maquinas. Dicen de muchos monitores
que son como armarios, pues a este se le habían quedado las puertas abiertas de
par en par, simpático él, empezó el recorrido por las referidas maquinas. Le recordé
que las recomendaciones de mi medico eran “que te ponga pesos ridículos”. Con
el primer aparato me dice que le ponga en un nivel tres y que haga dos series
de diez y yo le empiezo a mirar de reojo
y le recuerdo que no he venido aquí para obtener unos músculos como los suyos y
que el médico me recordó “pesos ridículos”, él me devuelve la mirada y leo en
el fondo de su mente ¿a qué coños habrá venido éste, a acariciar las maquinas?, le insisto y con un leve movimiento
de hombros me dice “vale , tu sabrás”.
Después de repetir cinco veces cada ejercicio para la
explicación me dice -bueno ahora te haces un par de circuitos completos y por
hoy ya es suficiente- y yo pienso aunque
no se lo digo, “lo que voy hacer es ir directo al sofá a descansar y soñar que
mañana no tenga unas agujetas que me imposibiliten moverme. Le convencí que tenía
prisa, me fui y en esas termino mi primer contacto con el mundo de sudor y músculos.
El segundo día, yo ya solo, me dirigí a la zona de
bicicletas estáticas para calentar durante un rato y lo primero que se
encontraron mis ojos fue a un tipo de unos 60 años con un ritmo bajo de pedaleo,
con la camiseta empapada de sudor, los ojos cerrados y unos goterones cayéndole
de la frente que formaban un charco de proporciones considerables, quizás el
haber puesto un cubo para recoger el sudor y emplearle en el riego de jardines
hubiera sido más ecológico. El fulano apenas respiraba y yo pensé – o ha palmado ya,
o se encuentra o se encuentra en un estado catatónico pre palmada—al cabo de
diez minutos yo me fui, con la moral un tanto tocada de tanto verle sufrir.
Los ojos se me alegraron al llegar a la zona de elípticas,
una jovencita de veintipocos con un cuerpo escultural evidentemente formado en
parte a la genética y en parte de tanto
trajinar, movía la coleta con la misma gracia con la que movía el culete. Joder,
pensé yo, aquí no va a ser solo sufrir.
Mi mirada bajo a la zona donde unos seis o siete musculines
se dejaban la vida levantando hierros mientras en sus espacios de descanso miraban
al tendido buscando admiradores.
Joder, miro a mi lado en la elíptica y se pone una no tan
jovencita que rezumaba grasa por todos los lados de su cuerpo, coño, pensé yo,
no sería más fácil y menos sacrificado comer menos y no tener que llegar a
estos sacrificios. – “como sudaba la pobre”-
En esas andaba yo camuflado en la fauna gimnasistica cuando la siguiente
expresión típica de mi compañero y amigo Periko se me vino a la boca. ¡! QUIEN
ANDA AHÍ ¡! Y el que andaba era un
personaje de sexo indefinido con una apariencia similar a la de Miguel Bosé en
sus comienzos o también a la de aquellos tipos de los abanicos cuyo grupo
musical se hacía llamar “Loko Mia” y no
se le ocurrió otra cosa que ponerse a bailar o similar en medio de tanto
esfuerzo y sudor que le rodeaba. Me vino a la mente lo que sería de él si una
sola gota de la de las grasas hubiera osado caer en su delicado y depilado cutis.
Al final pude llegar a la conclusión que lo que el Querubín hacía, era el
calentamiento habitual previo a su clase de aerobic.
Mis sustos no acabaron todavía pues terminando yo estaba,
cuando empieza la clase de ciclo-indoor, donde unas veinte criaturas en bici de
diferentes edades y pelajes se proponían bajar 10 Kilos de golpe a resultas de
lo que pude ver, animados y dirigidos por una famélica instructora que me
imagine se estaba dejando la vida y la grasa dirigiendo las continuas clases de
esta modalidad. “Bendito sea el cielo” pensé yo una vez más, qué manera de
pedalear al ritmo de la música y de la voz cuartelera de la instructora. Cuarenta y cinco minutos les duro la sesión y pude
confirmar lo pensado con anterioridad y era que 10 kilos se habían dejado fijos
y la empleada de limpieza no daba de sí tanto recoger sudor del suelo con la
fregona. Menos mal que la instructora poco a poco y rociándoles con un espray
logro devolverles a la vida.
Poco a poco me voy acostumbrando a esta “FAUNA Y FLORA”
gimnasistica y es más, como voy encontrando beneficios, cada día me gusta más y
me voy integrando mejor, aunque no deje de preguntarme ¿El raro soy yo o los
raros son ellos?
Un saludo amigos. Mauro Al