jueves, 10 de mayo de 2012

FAUNA Y FLORA DEL GIMNASIO.


Bueno, siguiendo las recomendaciones de mi médico, me apunte a un gimnasio cerca de casa para fortalecer la musculatura de mi espalda. Curiosa experiencia  la que me encontré tras la puerta de entrada. La última vez que fui a un gimnasio fue hace 24 años cuando preparaba la oposición de entrada al ayuntamiento y todo lo he encontrado cambiado, muy cambiado diría yo.

El primer día me presentaron al monitor  que posteriormente a las consiguientes presentaciones e intercambio de opiniones sobre lo que yo quería conseguir en el gimnasio paso a enseñarme el uso de las maquinas. Dicen de muchos monitores que son como armarios, pues a este se le habían quedado las puertas abiertas de par en par, simpático él, empezó el recorrido por las referidas maquinas. Le recordé que las recomendaciones de mi medico eran “que te ponga pesos ridículos”. Con el primer aparato me dice que le ponga en un nivel tres y que haga dos series de diez  y yo le empiezo a mirar de reojo y le recuerdo que no he venido aquí para obtener unos músculos como los suyos y que el médico me recordó “pesos ridículos”, él me devuelve la mirada y leo en el fondo de su mente ¿a qué coños habrá venido éste, a acariciar  las maquinas?, le insisto y con un leve movimiento de hombros me dice “vale , tu sabrás”.

Después de repetir cinco veces cada ejercicio para la explicación me dice -bueno ahora te haces un par de circuitos completos y por hoy ya es suficiente- y yo pienso  aunque no se lo digo, “lo que voy hacer es ir directo al sofá a descansar y soñar que mañana no tenga unas agujetas que me imposibiliten moverme. Le convencí que tenía prisa, me fui y en esas termino mi primer contacto con el mundo de sudor y músculos.

El segundo día, yo ya solo, me dirigí a la zona de bicicletas estáticas para calentar durante un rato y lo primero que se encontraron mis ojos fue a un tipo de unos 60 años con un ritmo bajo de pedaleo, con la camiseta empapada de sudor, los ojos cerrados y unos goterones cayéndole de la frente que formaban un charco de proporciones considerables, quizás el haber puesto un cubo para recoger el sudor y emplearle en el riego de jardines hubiera sido más ecológico. El fulano  apenas respiraba y yo pensé – o ha palmado ya, o se encuentra o se encuentra en un estado catatónico pre palmada—al cabo de diez minutos yo me fui, con la moral un tanto tocada de tanto verle  sufrir.

Los ojos se me alegraron al llegar a la zona de elípticas, una jovencita de veintipocos con un cuerpo escultural evidentemente formado en parte a la genética y en parte de  tanto trajinar, movía la coleta con la misma gracia con la que movía el culete. Joder, pensé yo, aquí no va a ser solo sufrir.

Mi mirada bajo a la zona donde unos seis o siete musculines se dejaban la vida levantando hierros  mientras en sus espacios de descanso miraban al tendido buscando admiradores.

Joder, miro a mi lado en la elíptica y se pone una no tan jovencita que rezumaba grasa por todos los lados de su cuerpo, coño, pensé yo, no sería más fácil y menos sacrificado comer menos y no tener que llegar a estos sacrificios. – “como sudaba la pobre”-

En esas andaba yo camuflado  en la fauna gimnasistica cuando la siguiente expresión típica de mi compañero y amigo Periko se me vino a la boca. ¡! QUIEN ANDA AHÍ ¡! Y el que andaba era  un personaje de sexo indefinido con una apariencia similar a la de Miguel Bosé en sus comienzos o también a la de aquellos tipos de los abanicos cuyo grupo musical se hacía llamar  “Loko Mia” y no se le ocurrió otra cosa que ponerse a bailar o similar en medio de tanto esfuerzo y sudor que le rodeaba. Me vino a la mente lo que sería de él si una sola gota de la de las grasas hubiera osado caer en su delicado y depilado cutis. Al final pude llegar a la conclusión que lo que el Querubín hacía, era el calentamiento habitual previo a su clase de aerobic.

Mis sustos no acabaron todavía pues terminando yo estaba, cuando empieza la clase de ciclo-indoor, donde unas veinte criaturas en bici de diferentes edades y pelajes se proponían bajar 10 Kilos de golpe a resultas de lo que pude ver, animados y dirigidos por una famélica instructora que me imagine se estaba dejando la vida y la grasa dirigiendo las continuas clases de esta modalidad. “Bendito sea el cielo” pensé yo una vez más, qué manera de pedalear  al ritmo de la música y de la voz cuartelera de la instructora. Cuarenta y cinco minutos les duro la sesión y pude confirmar lo pensado con anterioridad y era que 10 kilos se habían dejado fijos y la empleada de limpieza no daba de sí tanto recoger sudor del suelo con la fregona. Menos mal que la instructora poco a poco y rociándoles con un espray logro devolverles a la vida.

Poco a poco me voy acostumbrando a esta “FAUNA Y FLORA” gimnasistica y es más, como voy encontrando beneficios, cada día me gusta más y me voy integrando mejor, aunque no deje de preguntarme ¿El raro soy yo o los raros son ellos?

Un saludo amigos. Mauro Al









3 comentarios:

  1. Me encantan tus historias de lo cotidiano,ese enfoque a lo diario de Bridget Jones me hace reír muchísimo,me imagino cada personaje,y me engancho al siguiente capítulo de tu vida. Aunque leo todos tus artículos no siempre comentó puesto que de algunos temas no entiendo y de otros no estoy preparada,pero de todos aprendo y sobre todo reflexionó,gracias.ANA.

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  2. Hay que ver, Mauroo¡¡¡, ten cuidado que eso es muy peligroso.......¡¡¡

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  3. Que bien has descrito los gimnasios Mauro, muy bueno, jajajaja !!!!

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