Siguiendo la costumbre empezada las navidades pasadas y que
tan buen regusto me quedo de hacer un
viajecito en navidades, este año decidimos como destino Lisboa.
Como hice el pasado año con el viaje a Bruselas, relatare lo
que ha sido nuestro viaje, al estilo “españoles por el mundo” por si puedo dar
una pista a alguien que se decida a visitar Lisboa próximamente.
Lo primero de todo avisar a quien vaya a visitar esta ciudad
que deje los tacones en casa porque
dicha ciudad es un canto a la figura del adoquín, empedrado éste que se haya
por toda la ciudad para disfrute de mis ojos y castigo de mis tobillos. La
ciudad está toda en cuesta por lo que el medio más práctico y más típico de
moverse es en sus viejos tranvías. También la ciudad dispone de una fácil de
utilizar red de metro.
La elección del hotel fue un éxito y completamente al azar.
Escogimos en HF Fénix Lisboa (4*) ubicado en la céntrica y bonita plaza del Marqués de Pombal. Llegamos a la hora del
mediodía y esa primera tarde la dedicamos a visitar el centro de la ciudad, más
concretamente los barrios de Baixa y Chiado, digamos para el que no lo conoce,
el casco antiguo. En esa zona que seguro es la que mas ajetreo tiene de la
ciudad se hace imprescindible visitar La plaza del Comercio, La plaza del
Rossio, el famoso elevador de Sta. Justa y tomar un café en el famoso
“Café A´Brasileira” que por cierto es de
los mejores que he tomado.
El segundo día le comenzamos visitando los barrios de Alfama
y Moreria, barrio éste muy viejo y de
estrechas callejuelas que aunque dicen no es seguro del todo de visitar, puedo
dar fe de que en ningún momento observé nada raro y mira que trasteamos de
arriba abajo, se llega a ese barrio en el famoso tranvía 28 que circunda la
ciudad y que por 1´40€ puede hacer similar trayecto a los tranvías turísticos que
cuestan 18€.
El dichoso y vetusto tranvía es un desafío al equilibrio, si
como es normal no encuentras asiento libre ya que van atestados de gente. Las células
ciliadas de mi oído se dieron cuenta
enseguida de que dicho tranvía por su antigüedad carecía de megafonía y las
paradas las iba avisando el vozarrón de un cabreado conductor. En dicho barrio
comimos en un buen restaurante compartiendo mesa con un simpático curilla con
el que Lourdes se paso toda la comida hablando de Iglesias y mas Iglesias, por
lo que pude centrarme en no clavarme en el fondo del gaznate una de las
esplendidas y afiladas espinas de un rico trozo de bacalao frito, encebollado y
aliñado con patatas, jamón y langostinos, plato éste típico de Portugal. Como escarpias se me pusieron los pelos al
oírles hablar de una alejada pero muy bonita y poco visitada Iglesia
tremendamente alejada de donde nos encontrábamos y es que empezaba a tener los primeros sintomas de tobillitis por tanto trajín por los dichosos adoquines.
La tarde la pasamos visitando el Parque de las Naciones,
lugar donde se celebro la exposición universal de 1.998. Destacar de ese lugar
sus bonitos jardines, la iluminación nocturna, el centro comercial Vasco De
Gama y el oceanario el cual acabamos
visitando para disfrute de mi hijo y mío y la desgana de Lourdes ya que allí había
peces y no Iglesias.
El siguiente día por la mañana le pasamos en el barrio de
Belem al que por estar a las afueras de la ciudad pudimos llegar cogiendo un autobús municipal en poco menos de media hora. Imprescindible
visitar el monasterio de los Jerónimos, la famosa torre de Belem y el monumento
a los descubridores. Preciosa también la vista a la desembocadura del rio Tajo
y mas en un día soleado como el que nos encontramos. Comimos como no podía ser
de otra manera los famosísimos pastelillos de Belem, que la verdad buenos sí
que están pero no como para soltar palomas. La vuelta la hicimos en una nueva y
moderna línea de tranvías donde pudimos ver haciendo su trabajo uno de los famosos
carteristas de Lisboa que de tonto que era se le notaba el oficio a la legua.
Por la tarde volvimos para el centro, esta vez para visitar
el barrio Alto donde pudimos ver como no podía ser de otra manera una de las pocas
Iglesias que nos quedaban por ver, en este caso la basílica de La Estrella.
El último día salimos a 30 Km. para ver el turístico pueblo
de Sintra donde es típico visitar si se tiene vocación de escalador, el
castillo de los Moros desde el que se tienen unas vistas impresionantes por
estar en lo más alto de unas colinas. La otra visita imprescindible en Sintra
es el palacio Da Pena perfectamente
conservado por dentro, que da cuenta con todo el mobiliario original, del
lujo que se gastaban los Reyes
Portugueses por aquellos tiempos. La visita a ese pueblecillo nos llevo toda la
mañana de idas y venidas y de subidas y bajadas.
Por la tarde visitamos Estoril, visita esta brevísima porque
poco tiene que ver sino la playa y por fuera el famoso casino (no recomiendo
esa visita). Después visitamos la
cercana y costera población de Cascáis, antiguo pueblo de pescadores por el que
merece la pena dar un paseo. Y con eso y media hora de vuelta para el hotel, a
hacer las maletas porque al día siguiente regresábamos a nuestro querido
pucela.
En definitiva y para resumir, una bonita ciudad digna de
visitar con un clima suave, una gente de buen carácter, unos precios similares
a los que tenemos en Valladolid, una red de transporte fácil de utilizar y a
unas cinco horas y media de viaje por autovías ahora de peaje del que por desconocimiento de
su funcionamiento nos libramos y eso mi bolsillo lo agradeció porque era un
pico.
No está de más que repita el consejo que sugerí al principio
de este artículo y es que como todavía no han instalado en Lisboa el “carril-tacón”
abstenerse las féminas de llevar este tipo de calzado.
Un saludo Mauro Al.
Barrio Moreria
Plaza del Comercio
Puente 25 de abril
Monasterio de los Jerónimos
Torre de Belem
Tipico tranvia 28
Castillo de los Moros (Sintra)
Palacio "Da Pena" Sintra.
Casino de Estoril